“La casa tenía una reja pintada con quejas y cantos de amor…”
Estos son los primeros versos del hermoso vals “Pedacito de cielo,” escrito por Homero Expósito con música de Enrique Francini y Héctor Stamponi.
Cada vez que escucho este vals, enseguida siento un nudo en la garganta y aparece la imagen de mi hogar: la casita de mis abuelos en Alejandro Fiol de Pereda 1237, Montevideo, Uruguay. La casa donde pasé mi infancia, donde tuve la suerte de ser mimada y “malcriada” por mis abuelos paternos.
Esa casa tenía una reja, de esas bajitas, con un portón de hierro pintado de verde, que con el tiempo se fue descascarando… Las flores adornaban su frente, y allí, en la vereda, jugando, corriendo y haciendo travesuras, pasé mi infancia en la plena libertad de los barrios de antes. ¡Qué hermosos tiempos y qué caricia para el alma poder recordar una infancia tan linda!
Después de muchos años, la vida vuelve a llevarme al lado de mi abuelo, reencontrándonos bajo el mismo techo. Esta vez soy yo quien puede cuidarlo y mimarlo.
En sus charlas de sobremesa, un día sacó de su billetera una foto que conserva con mucho amor. En esa foto tiene 16 años, está en la orilla del mar de Capitello, Italia, con su clarinete en sí bemol bajo el brazo y el uniforme de la banda en la que tocaba. Sus ojos vuelven a brillar con la intensidad de la juventud mientras cuenta cuánto le gustaba tocar en la banda, cuántas óperas había tocado y cómo le hubiera gustado haber podido seguir. Pero la Segunda Guerra Mundial no fue fácil, y por aquellos tiempos, los jóvenes soñaban con un futuro mejor, que en ese entonces, era posible solo en Sudamérica. Exactamente lo opuesto de lo que ocurre hoy, cuando emigran desde Sudamérica a Europa para poder construir un futuro mejor. Aunque quizás todo esto sea consecuencia de ser hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes, llevando en los genes ese código de “emigrante,” y entonces lo seguimos haciendo, aunque hoy quizás existan otras posibilidades…
Dos años después de haberse sacado esa foto, subió al barco que lo llevaría a Montevideo, donde construyó los pilares de su “futuro mejor.” Hogar.
Al llegar, trabajó, trabajó y trabajó… pero con sus manos ya no tocaba más las notas del clarinete, sino que les daba vida a los elegantes trajes de hombre de la época, con la mejor calidad del trabajo de un verdadero sastre italiano. Ese era el oficio que, paralelamente al de músico, había estudiado en Centola, Italia, su ciudad natal. Y ese fue el trabajo que lo llevó a construir esa casita con las rejas pintadas con mucho amor por la familia. Allí pasaba sus días trabajando junto a mi abuela en el taller detrás de la casa, mientras escuchaba en la radio música clásica, tango y partidos de fútbol. Mi abuelo, Aniello, y mi abuela Livia, se conocieron en la iglesia, cuando él iba a tocar con la banda y ella cantaba en el coro de la iglesia… pero esa es otra historia.
Llegó a Uruguay cargando una valija llena de sueños y con la música en su corazón, pero uno de esos sueños tuvo que quedarse guardado en su bolsillo. Tuvo que sacrificar mucho para construir su camino, y no pudo seguir tocando el clarinete. En ese momento, para poder tocar en la orquesta del teatro Solis había que ser ciudadano uruguayo, y para eso debía esperar tres años de residencia y renunciar a su nacionalidad italiana… y no quiso hacerlo. Sin saberlo, renunció a su sueño de seguir con la música, pero dejó las puertas abiertas para que un futuro descendiente lo pudiera realizar… a veces las pasiones se heredan, al igual que las nacionalidades.
Así que allí estábamos, viviendo nuevamente juntos bajo el mismo sol de Alicante, España. Mi abuelo Aniello, a pocos meses de cumplir sus 90 años, era mi único espectador mientras vocalizaba y cantaba tango. Sentado en el sillón del living, me escuchaba en silencio mientras yo, enfocada en las tareas de la casa, pasaba las horas cantando. Escuchábamos juntos los tangos de la radio 2x4, y mientras la radio sonaba, nuestras mentes viajaban por el globo, y nos parecía que seguíamos bajo ese “Pedacito de cielo” en esa casita con rejas del barrio del Prado en Montevideo.
Y por unos instantes lo veo sonreír… Porque él, como dice el tango “El corazón al sur,” siempre tiene su corazón al sur, deseando volver a su casa en Montevideo, la que dejó hace muy poco tiempo para estar con su hijo, mi padre…
Otro tango emocionalmente difícil para mí es justamente “El corazón al sur” de Eladia Blázquez. Cada vez que lo canto, toda mi vida pasa delante de mis ojos como una película de cine que condensa toda una vida en pocas imágenes, y la identificación es inevitable. Allí, en esos versos, lo veo a mi abuelo, y en cada una de sus palabras está también mi vida:
Este es mi abuelo:
“Mi viejo fue una abeja en la colmena,
Las manos limpias, el alma buena.”
Aquí estoy cantando esos versos junto al bandoneonista Carlos Costa:
Perdón si hice que se te escapara una lágrima con esta historia. Sé que somos muchos con historias similares a esta… en algún punto, las historias siempre coinciden. Todo transcurre como en un círculo que toca millones de veces los mismos puntos, y aunque cada vez el punto tiene un matiz, una historia diferente, la película que se repite tiene un mismo corazón.
Mis versiones preferidas de “Pedacito de cielo”:
Anibal Troilo & Francisco Fiorentino: https://youtu.be/8cUHYpqk5CE?si=cClKjb_JPIsdvGcv
Por Maria Graña & Pablo Estigarribia: https://youtu.be/hSla9tmFJjI?si=TgTFaaUC8VXKs9sb
Aqui esta la foto que el guarda cuidadosamente en su billetera, en la playa de Capitielllo con su clarinete bajo el brazo.
Y porque las pasiones también se heredan aquí están Nicolas y su bisabuelo disfrutando de un buen plato de pasta "spaghetti al pomodoro".
Mi pequeño tributo a mi abuelo Aniello y a todos a aquello que, por algún motivo, la vida los ha alejado de sus sueños; porque los sueños que nos se cumplen tiene un potencial que no siempre nos hubiera dado felicidad y quizás por eso no se cumplen, pero quedan guardados en el bolsillo y siguen pesando y lastimando nuestros corazones.
Con mucho amor hay que darlos ir….
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